En la primera foto, estoy celebrando junto con mis compañeros de clase, y los profesores, la llegada de la nieve a San Juan de La Arena. En la segunda foto estoy en la procesión de las fiestas de ese mismo sitio, dónde me crié. Han pasado treinta años entre las dos imágines. He necesitado tres décadas para darme cuenta de lo que verdaderamente añoraba, y lo que tenía que recuperar, porque un día me había pertenecido:
- Reencontrarme con amigas de la infancia
- Ver que donde viví, es ahora un sitio más alegre, con los edificios pintados de alegres colores
- El recuerdo de ropa tendida, con el aroma a fresco y a limpio
-Una tienda sencilla de ultramarinos, donde se vendía de todo, y te despachaban a cualquier hora, pan, leche, golosinas y cariño
Todo eso y mucho más, me estaba esperando a mí, porque nada ocurre por casualidad, y lo que te encuentras, no sólo es lo que buscaste, sino que eso también te estaba buscando a ti.
Decía Saramago, que "al final todos llegamos a un sitio, donde nos están esperando".
Es bueno recuperar ese sentimiento de pertenencia, de que perteneces a un sitio, y ése sitio también te pertenece a ti. Se llaman "raíces", y ellas son las que te sostienen fuertemente anclada a la tierra para que no te caigas en los momentos difíciles, y son las que te nutren, y te impulsan como una brisa fresca a un barco, para que consigas tus sueños, y vueles ligera, sin ataduras.