miércoles, 1 de junio de 2016

La cabaña del bosque



 Todos  teníamos ganas de que Ms Marple se recuperara. Sobre todo yo, que sabía que ella me intuía tras las cortinas, en la cocina, debajo de las escaleras, y en el sótano.
Ella  notaba mi presencia invisible en el castillo porque aún conservaba  el olfato muy desarrollado, y guardaba  intacto en su memoria, el día en que nos conocimos.
- Hueles a buganvillas y musgo - afirmó.
- Cómo acertó mi perfume? - Le mentí.
- No es tu perfume, Berta, es la esencia de tu alma.
Y me sentí desnuda por dentro ante ella.

Y sé que me andaba buscando con sus ojos grises de mirada helada, con las manos huesudas y azuladas, con las grandes orejas  adornadas con perlas nacaradas…

Yo procuraba no estar en la misma estancia que ella – a menudo las criadas  del castillo la sacaban a pasear en una silla de ruedas que el médico de la comarca les facilitó-  pero a veces no me daba tiempo a escabullirme, y de repente aparecía una de las  muchachas  empujando la silla  - sus  ojos ahora  encendidos- como cuando notaba que tenía un nuevo y vibrante caso entre las manos y corría a contárselo a mi abuela Sophie durante  la merienda del domingo, o del viernes,  - si el ansia era grande-  y mi abuela podía coger un par de horas libre  de los fogones.
Tenía que terminar lo que había empezado, pero todo se complicó con ésa estúpida caída de Ms Marple, y con ése horrible descubrimiento que me dejó hecha trizas: La imagen de  Tom y la pelirroja desnudos  en la habitación que antes había sido de Nell y Ted.
 “Ruth” había susurrado Tom. Su nombre  me golpeaba las sienes cómo un martillo.
El diario en sus manos.
Lo primero de todo sería recuperar el diario, ¿Pero cómo, si todos los invitados se habían ido ya?
Me faltaba la magia y los ánimos suficientes para escapar del castillo y llegar hasta la chica de cabellera roja…
Llevaba días y días probando nuevos poemas,  brebajes hechos con plantas cómo me había enseñado la abuela, pero nada me hacía recobrar mis poderes, desde que sabía que Tom tenía una nueva amante.

Por eso decidí, que si me quedaba unos días más en el Castillo, quizá recuperase la memoria para salir de allí con algo más que la vestimenta que llevaba. Mi plan había fallado y ahora lo más urgente era recuperar el diario.
¿Qué más podía hacer?
En el pueblo no se hablaba de otra cosa:
Que si un fantasma había arrojado a Ms Marple por las escaleras, que si Tom tenía una nueva novia, que si la esposa de Ted, había tirado de la mesa del mantel para arrojar por los aires  todos los pastelillos de calabaza…
 Murmuraban sobre la pelirroja que había sido descubierta  desnuda  -  en mitad de las escaleras - con  todos los invitados esparcidos por la casa, histéricos buscando una salida, con los candelabros y las velas en la mano, con los gritos de Ms Marple  rompiéndoles sus oídos, y con una mujer  desnuda, de pálida piel, tapada por los brazos de un pastelero castigado por su lujuria.

A Tom no le vino mal ésa publicidad: Desde el día de Halloween , no había día que no vendiera por lo menos  media docena de   tartas de chocolate y calabaza,  o una  veintena    de tiramisús con canela y huesos de santo  - aparte de los pedidos diarios de los restaurantes de Jackson y del hotel   del condado vecino: Vicksburg.
Todo eso, más los panes y las magdalenas especiales de mantequilla y avellanas  diarias que servía  todas las  mañanas con los cafés de los desayunos,  hacían  a Tom estar de muy  buen humor: Por fin respiraba aliviado, y confiaba en la suerte, y en que su banquero no le llamaría otra vez amenazándole con quitarle el negocio por impago.   Todas las mujeres comentaban lo que ya no era un secreto en el condado: Que Tom podía estar muy orgulloso de su virilidad, y de que la pelirroja,  - Una tal Ruth, demasiado flacucha para el gusto de las pueblerinas de Jackson - debería estar muy contenta con ese hombre...
El pastelero  hacía una caja estupenda todos los días, y ya no daba abasto él sólo: Si las ventas continuaban subiendo de ésa manera, contrataría un aprendiz durante  el verano, para enseñarle el oficio, y quizá si  la cosa seguía bien, lo podría mantener  en el invierno.

     La niebla bajaba todas las tardes por Jackson,  como una lengua  gorda de gato que impedía que Ms Marple pudiese leer nada sin sus gafas con montura roja. El tiempo no pasa en balde para nadie, y aunque odiaba  comportarse como una anciana, justo ahora se daba cuenta, en aquellas circunstancias, de que lo era. 
 Jamás había pensado que se hospedaría allí, -  en el viejo Castillo -  el lugar dónde hacía años atrás se había cometido el crimen que había ensuciado su imagen de investigadora eficiente y perfecta. Justo el año en  que se retiraba, tuvo que hacerlo casi por la puerta de atrás, y aquél premio que ella contaba que lebhubieran dado,  fruto de tantos años de trabajo y de una vida sacrificada entera por y para  Jackson, se lo dieron al chiquilicuatre del sherif, siempre dispuesto a entorpecer sus  pesquisas: quitándole pruebas, negándole la posibilidad de que registrase una casa, un barco o un solar abandonado.  Prohibiéndole entrevistar  (ella prefería esta palabra a “interrogar”) a los sospechosos o a todo aquél que le pudiese facilitar una pista o un rastro que seguir, y todo  para adelantársele y pisarle la prueba definitiva que haría  que encajaran todas las piezas del puzle…
Su amor al trabajo y a la justicia lograron que se mantuviera a flote año tras año, aguantando a aquella penitencia  de lameculos  de  Louis, que se movía más por los intereses de su carrera política que por la calma y paz de su condado y sus ciudadanos.
Ahora tenía ante sus manos una oportunidad de oro para  husmear  todos los rincones del Castillo, si no fuera porque estaba impedida, y a todas partes que fuera, las ruedas chirriantes de la silla se escuchaban a kilómetros, anunciando su  llegada.

Notó a Ted - el viejo y fanfarrón Ted- un poco molesto por su presencia.

Brenda  en cambio sabía mostrar su sonrisa de morsa congelada.
Tenía que tener a alguien a su favor…  que la ayudase en sus averiguaciones, pero  ¿Quién se atrevería a desobedecer las órdenes del viejo gruñón de vigilarme?  Se preguntaba Ms Marple.
Ordenó que la bajaran al sótano. Todo estaba cómo Nell,  -la primera esposa de Ted  lo había dejado, pero ahora con más polvo y telarañas que antes.
Ms Marple iluminó la estancia con la vieja lámpara de aceite:
Una máquina de coser, con la puerta desvencijada y carcomida por la polilla. Aún le parecía  escuchar el ritmo de ésa Singer, y  ver a Sophie cosiendo vestidos de sedas de vibrantes  colores para sus nietas.
Cajas de madera apiladas que un día habían contenido vino y licores.
Una paellera gigante, un carro de madera con la pintura desconchada y el viejo piano. Pasó la mano por las teclas, que emitieron un sonido discordante, y le tiznaron la mano de mugre.
Un cajón con muñecas de trapo con las caras sucias, y faltas de un ojo, con una pierna soldada con una quemadura negra, o sin un brazo...
Una rueda enorme que no era del carro.
Una pala. Se acercó a ella. La sostuvo en las manos: Estaba comenzando a oxidarse. En el sótano había mucha  humedad, y por el ventanuco entraba una débil luz a través de los cristales sucios... Uno estaba roto.
Acercó la lámpara de aceite a la pala y  la sostuvo  entre sus manos. La olió. Pasó la mano por su perfil. Había tierra seca  pegada, y algo de color rojizo… La volvió a oler.
Entonces reparó en  el arcón con sus clavos imitando oro. Disfraces, libros viejos.


Un manojo de cartas atadas con un lazo gris le llamó la atención:  El remitente  era un tal Roger, de Atlanta, e iban  dirigidas a Odile.
Oyó pasos bajando la escalera, y sintió un perfume extraño, el que invadía toda la casa y le recordaba a quien ella sabía.
Rápidamente metió el fajo de cartas bajo su falda, y se apresuró a salir de la estancia. Margaret continuaba al pie de la escalera, absorta en peinarse la trenza  que le caía por la espalda.
-  ¿Encontró algo interesante Ms…?
-        Pues, la verdad que no…
-  Ya le dije yo que ahí no hay más que trastos, y quizá algún ratón. Desde que Odile no está, nadie más se ocupó de esto, y la señorita Brenda  nos tiene prohibida la entrada ahí.
-   ¿Por qué?
¡Quién sabe Ms Marple!  Esa mujer tiene más secretos que las tumbas de los faraones! ¡Y un humor de perros!
-    ¿Serías tan amable de hacerme un favor?
-      Si se trata de entrar con usté ahí, me va a permitir negarme -  Ms- pero le tengo miedo a la ama, y no quiero entrometerme en sus cosas.
-     No, tranquila Margaret. Sólo tienes que entrar un momento, coger la vieja pala, y envolverla en papel de periódico. Me la enviarás por correo a mi casa, sin que se entere el ama  ¿Podrías hacerlo por mí?

-          Oh! Ms Marple! ¿Para qué quiere usté ésa pala? ¿Acaso va a trabajar su parterre, en las condiciones en las que está?  ¡No me diga Ms Marple usté se está volviendo loca! - La joven empujó la silla dándole la vuelta, enfocando a la anciana de vuelta a las escaleras.
-       Noo, no, hágame  caso, la necesito y no me pregunte más. Lo importante es que nadie le  vea, que lo haga  a una hora en la que no le  vean salir con el paquete. Que no se note tampoco que es una pala, para que el cartero no sospeche… Haz una caja de cartón para ella, luego la envuelves en papel y la envías a mi dirección.

Ms Marple sacó una cartera color lila del bolsillo de la chaqueta, y le extendió un billete a la criada.

-          Para los gastos de envío, y lo que sobre es para usted… Ya me entiende, por hacerme un favor, y por mantener el se…
-  No hace falta que me dé nada  Ms- Interrumpió la joven- Y tráteme de tú, no se ande con remilgos , que conmigo no le hacen falta. Yo sé cuánto apreciaba a  Odile… ¿Usted sabe que a veces creo sentirla por estos pasillos? Todas las noches le rezo una oración… No me diga nada  más Ms Marple -  prefiero no saberlo-  no sé en qué líos estará metida esta vez, pero si la dueña se entera de que yo saco algo de la casa sin su permiso, ¡me corta la cabeza!  Perderé el trabajo ¿sabe? Y  lo necesito: mis hijos son pequeños, y el cabrón de su padre no da señales de vida, desde que se marchó a buscar trabajo a no se sabe qué plantación de algodón... Tengo miedo de que sea todo una mentira  ¿sabe? Que esté por ahí revolcándose con alguna guarra del cabaret, hasta que se le acabe el dinero que se llevó y que tantos años nos costó juntarlo. Eran los ahorros para los estudios de los chicos ¿sabe? Odile siempre me decía que lo más importante para ellos era tener unos buenos padres que les dieran una educación honrada.

-    Deja de preocuparte tanto, y llévame arriba, estoy cogiendo frío aquí con tanta humedad. Recuerda:  Cuando todos estén en sus habitaciones. Si madrugas antes de que ellos bajen a desayunar, nadie se enterará. ¿Cómo se llama tu marido?
-   Marc, Marc Robinson.
-  Intentaré averiguar si tomó el tren hacia Nashville o hacia alguna parte, y así estarás más tranquila. ¿Cuento contigo, Margaret?- La mulata hizo un gesto de desaprobación, negó con la cabeza y comenzó a llorar.

-          ¡Todo era más fácil cuándo estaba Odile, abuela! Ahora nadie vela por mí  ¿sabe? Esta bruja de ama nos tiene amargadas a todas, y a Ted también.  ¿Sabe que no duermen juntos? El viejo fanfarrón presume  en el pueblo de  que todavía está cañón  para cumplir con ella, pero la verdad es que ella no le deja tocar ni un pelo de su linda cabellera dorada. Una noche, les sentimos reír a carcajadas cómo si fueran horcas.  Sheryl y yo nos asomamos con sigilo al salón. Era un sábado por la noche. Ella estaba sentada a horcajadas sobre él, dándole latigazos en la espalda. Llevaba un corpiño de seda negra  muy escotado -  ya me entiende-  se le salían los pechos por el encaje,   y  él le gritaba que le diera más y más fuerte. Después cayeron los dos patas arriba  y él se golpeó la cabeza. Ella quedó despatarrada sobre el suelo y comenzó a gritar y a llamarle viejo inútil.  Ted comenzó a llorar como un niño y  se puso de rodillas, y le lamió la herida que  le sangraba  en la rodilla.


Bebían de unas  copas, que también  rodaron por el suelo. Ella le dijo algo así como que se habían acabado  “los sábados calientes”, y  él se disculpaba como un niño  y  ella gritaba que no le quería ver  en una temporada en su cama.  Y así es. Le da un beso de buenas noches en la frente -  cómo a un padre - y le lleva un vaso de leche caliente a su habitación antes de la medianoche,  pero sanseacabó. No hay más. Ni gemidos, ni besos ni susurros.
 Y a veces siento el portón de atrás - el de hierro forjado-  abrirse. Al principio creí que era el viento, que empujaba la puerta. Siento pasos por las escaleras, pasadas las doce. Hacia las tres, y sólo cuándo hay luna llena. Ted ronca, y no se entera de nada, pero yo sé que en la habitación de la ama duerme alguien más que ella.
-     Pues quiero saber más de ésas intrigas de alcoba Margaret… y  cuándo tengas  algo más, me escribes una nota.
-   ¿Cómo voy a escribirle una nota y comprometerme a que se pierda o a que alguien la lea?
-          ¡Déjame acabar, Margaret! – Me escribes una nota, enviada por correo, en la que escribes  “Ya tengo la receta del pastel de espárragos”. Esa será nuestra señal secreta, de que ya sabes algo concreto. Tú querías mucho a Odile, ¿verdad?  Y a su hija, Berta… Fuisteis amigas?

-          Oh claro, ella  era cómo una hermana para mí, no como su melliza Brenda. Si mi amiga levantara la cabeza y viera con quién se ha liado su propia hermana!!!

-    Pues ayúdame y no te arrepentirás. Cuando sepas algo, nos reuniremos   junto al puente que baja hacia el pueblo, hay un desvío del camino. Lo cogerás. En la entrada del bosque hay una cabaña de madera roja descolorida, con dos ventanas en la fachada. Te esperaré allí, al día siguiente de recibir la nota, a las cinco y media. Con la excusa de comprar algo que te hace falta para la cocina,  te puedes ausentar un par de horas -  justo para vernos -  y   espero tener algo en limpio sobre tu príncipe para entonces... Ten mucho cuidado, de que no sospechen de ti. Limpia bien los zapatos al llegar del bosque, que no lleven tierra húmeda pegada, o ensucies los suelos barnizados del Castillo. Nadie debe saber nuestros secretos. Si te portas bien, y me traes algo interesante, prometo ayudarte con los estudios de tus hijos.  ¿De acuerdo Margaret?

La chica de ojos azules y piel canela sonrió  con todos los dientes perlados que la naturaleza le había regalado y sus ojos brillaron con  la esperanza enamorada de la  juventud.

 “Así que tengo un  nuevo caso delante de mis  narices y   casi  había pasado por delante sin verlo” -  pensó la detective.


Las cartas de Odile.



 13- Abril de 1929

Querida Odile:     


Estoy cansado de bregar con los marineros, de explorar viejas y nuevas tierras y no encontrar nada. La semana pasada fuimos sorprendidos por unos piratas, menos mal que mi tripulación es brava y no se arredró, pero el peligro acecha en todo momento.

Creo que regresemos  pronto.  

 Te traigo unas  telas preciosas y de las más caras,  para que te hagas el mejor vestido de todo Jackson. Estarás preciosa, aunque tú no necesitas telas caras para estarlo.

Muchas gracias por tu carta, si no fuera por ti, no soportaría esto. Sabes que te quiero, es todo lo que te puedo prometer por ahora, no sabes lo que te echo de menos.

Si puedo estaré ahí antes de que des a luz lo que venga. Te dije que nos casaríamos y así va a ser.

Tuyo:

Roger.



4 de junio de 1930



Querida Odile:

Lamento decirte que no veremos tierra hasta dentro de un mes por lo menos.

Casi no nos quedan víveres, y en el barco hay luchas y peleas diarias. Para colmo, con la última tormenta el timón no anda muy bien, y el médico de la tripulación se cayó al mar antes de ayer. Tenía razón mi socio  Ted, cuándo dijo que este barco y este viaje estaban malditos. No dejo de pensar en ésas niñas, nuestras mellizas, en lo hermosas que estarán y en lo que se parecen a ti.  Espero que no te falte de nada, que tengas suficiente hasta que yo llegue. No te preocupes, que para los bautizos, estaré ahí.
Si Ted  te sigue faltando el respeto,  tendré que hablar  seriamente con él.  No tiene ningún derecho a tratarte así. Sólo de pensar que te puede poner las manos encima otra vez me dan ganas de retorcerle el cuello. Perdona que hable así, pero es que tú ya no eres su criada, se lo dejé bien claro: Eres mi esposa, y tus niñas son mis hijas y llevan  mi sangre. Espero que algún día todo esto  cambie, que negros y blancos tengamos los mismos derechos.
Si no estuviera tanto de viaje esto no ocurriría… Pienso en nuestro ya cercano reencuentro, en tu piel y mi piel, dándonos calor otra vez, cómo en una eterna luna de miel.
Te amo y te necesito Odile,  todas las noches pienso en ti mirando las estrellas.
Te quiero:
Roger.