En ésas tierras fértiles, dónde nada es imposible, puede vivir cualquiera, no hacen falta pasaportes, permisos de residencia, empleos oficiales, ni matrimonios de conveniencia.
A diferencia de las discotecas de moda, puedes entrar vestido de cualquier manera, y tengas la edad que tengas, y llegues calzado o desnudo, un trozo es tuyo de por vida.
Sólo hacen falta tres condiciones para quedársela, y recoger sus frutos:
Abonarla cada día, regarla y mimarla, y tener fe, cómo hace un campesino cuándo mira al cielo, implorando la sagrada lluvia que regará la tierra, recuerda, la tierra de tus sueños.
Hay que ser trabajador, y quitar las malas hierbas de la desidia, de la envidia, de la tristeza y ahuyentar a los pájaros de mal agüero.
Luego, hay que tener paciencia y esperanza.
Y si tienes todas estas herramientas de labranza, un día, verás algo verde, algo que brota con fuerza, algo que nadie esperaba, a no ser tú mismo, y que es sólo tuyo, y te pertenece a ti.
Michele Obama me gusta, por su iniciativa de plantar un pequeño huerto en la Casablanca, y llevar allí a alumnos de un colegio, a enseñarles a recolectar frutos, y labrar la tierra.
Enseñar el arte de labrar la tierra, es también enseñar el arte de labrarse la vida y la felicidad.
Todos venimos de la tierra, con un sueño que cumplir.Ése sueño, que puede durar toda la vida, te acompañará en los días calurosos, en las noches frías y nevadas, en la triste soledad, en la alegría compartida, en la prosperidad y en la escasez.
El sueño es el faro que te guía, el alimento del alma, la nueva estrella del firmamento y la antorcha del relevo.Va de generación en generación, está en todas las casas, en todas las almas, en todas las plantas, el sueño eres tú y tú eres un sueño.
Todos los días que estuve de vacaciones en Roses, veía en la playa, a una pareja joven, con cierto aire romántico y hippie, hacer estas figuras de arena, con la que se ganaban el pan. No dejaban de sonreirse: ella le traía agua en el cubo, él le besaba entre palada y palada de arena, y los chicos les hacían fotos a sus esculturas de arena. Luego, cuándo caía la tarde, una señora mayor, que podría ser la madre de ella, les traía a los dos un bocadillo, para la merienda. Me hubiera gustado hablar con ellos, saber de sus sueños, ellos, que tan generosos nos regalaban su arte, y la estampa de su felicidad.