martes, 11 de marzo de 2014

En la tierra de los sueños.

  Hay un lugar, un vasto trozo de tierra, que todos poseemos al nacer: es la tierra de los sueños, dónde sembramos las semillas de las ilusiones que luego brotarán cargadas de felicidad.
   En ésas tierras fértiles, dónde nada es imposible, puede vivir cualquiera, no hacen falta pasaportes, permisos de residencia, empleos oficiales, ni matrimonios de conveniencia.
   A diferencia de las discotecas de moda, puedes entrar vestido de cualquier manera, y tengas la edad que tengas, y llegues calzado o desnudo, un trozo es tuyo de por vida.
    Sólo hacen falta tres condiciones para quedársela, y recoger sus frutos:
Abonarla cada día, regarla y mimarla, y tener fe, cómo hace un campesino  cuándo  mira al cielo, implorando la sagrada lluvia que regará la tierra, recuerda, la tierra de tus sueños.
    Hay que ser trabajador, y quitar las malas hierbas de la desidia, de la envidia, de la tristeza y ahuyentar a los pájaros de mal agüero.
    Luego, hay que tener paciencia y esperanza.

     Y si tienes todas estas herramientas de labranza, un día, verás algo verde, algo que brota con fuerza, algo que nadie  esperaba, a no ser tú mismo, y que es sólo tuyo, y te pertenece a ti.

    Michele Obama me gusta, por su iniciativa de plantar un pequeño huerto en la Casablanca, y llevar allí a alumnos de un colegio, a enseñarles a recolectar frutos, y labrar la tierra.
     Enseñar el arte de labrar la tierra, es también enseñar el arte de labrarse la vida y la felicidad.
      Todos venimos de la tierra, con un sueño que cumplir.Ése sueño, que puede durar toda la vida, te acompañará en los días calurosos, en las noches frías y nevadas, en la triste soledad, en la alegría compartida, en la prosperidad y en la escasez.
     El sueño es el faro que te guía, el alimento del alma, la nueva estrella del firmamento y la antorcha del relevo.Va de generación en generación, está en todas las casas, en todas las almas, en todas las plantas, el sueño eres tú y tú eres un sueño.



 


Todos los días que estuve de vacaciones en Roses, veía en la playa,  a una pareja joven, con cierto aire romántico y hippie, hacer estas figuras de arena, con la que se ganaban el pan. No dejaban de sonreirse: ella le traía agua en el cubo, él le  besaba entre palada y palada de arena,  y  los chicos les hacían fotos a sus esculturas  de arena. Luego, cuándo caía  la tarde, una señora mayor, que podría ser la madre de ella, les traía a los dos un bocadillo, para la merienda. Me hubiera gustado hablar con ellos, saber de sus sueños, ellos, que tan generosos nos regalaban su arte, y la estampa de su felicidad.