sábado, 1 de octubre de 2016

" Tarde de lluvia"

" But there´s a side to you that I  never Knew, never knew,
All the things you´d say they were never true never true.
And the games you´d play you would always win, always win.
But set fire to the rain,
watched it, pour as I touched your face
Well, it burned, while  I cried
cause I heard it screaming out your name, your name
 I set fire to the rain, and I therew us into the flames
When  we  felt somethting died,
cause I Knew that that was the last time,the last time"

Adele, "Set fire to the rain"

Pero hay una parte de ti que nunca conocí, 
todas las cosas que decías, nunca fueron ciertas, y los juegos que jugabas siempre los ganabas tú.

Pero le prendí fuego a la lluvia, la vi derramarse mientras yo tocaba tu rostro, y dejé que ardiera mientras yo lloraba, porque la vi gritar tu nombre.
Le prendí fuego a la lluvia y arrojé lo nuestro a las llamas,
cuándo caímos algo murió, porque sabía que ésa era nuestra última vez, la última vez.

  Todos dicen que tengo un gran carácter. Un carácter de narices. La vida me ha hecho así. Cualquiera puede tener un volcán a punto de estallar dentro de sí, cuándo le pisan tantas veces.

  La primera vez que sentí que era distinta, fue a los nueve años, cuándo mi dulce y cariñosa profesora, dejó de serlo de repente, cuándo me  confesó que yo no podía formar parte del coro de Navidad, que el cupo ya estaba lleno,  que quizá otro año, y  que siguiera ensayando.
  Aquello era humillante para mí... ¿que les  diría ahora a mis vecinas del barrio? ¿ y a mi tía? Fue entonces cuándo comencé a sentir los volcanes, los que me avisan de que algo va mal, y de que debo actuar con un gran salto, un escupitajo, una carrera o desaparecer sin más. El volcán es bueno, si estoy atenta a él... y no dejo que estalle del todo.
   Pensé en que le diría a mi tía Helen, después de  todo el mes que le había dado de ensayos en la cocina  con la canción de marras. Claro, que Helen, ni se daría cuenta. Llegaría a casa cómo todas las noches, cansada de tanto subir y bajar  tantas escaleras, con el cubo y la fregona, medio dormida aún por la calefacción del tren.  Nos freiría unas patatas con huevo, y miraría sin ver cualquier cosa que echaran en la tele,  y  yo me daría cuenta, del color violáceo que iba adquiriendo su rostro con los años, y no hablaríamos de nada durante la cena. Después llegaría su novio, y se meterían juntos en su habitación, para salir una hora después, ella arreglándose la bata, él escabulliéndose por la puerta sin despedirse. Los platos puestos por mí en el escurridor, mi último libro de "Los cinco" sobre la mesa.    
  No, definitivamente mi tía no se daría cuenta de nada, y yo disimularía, y dejaría de ensayar.
Aquella noche me di cuenta de que estaba atrapada en aquella casa, llena de humedad y de lágrimas secas, llena de sueños rotos, llena de miedo y horror.
  Entonces decidí separar la vida de aquella mugrienta casa de la vida de afuera.
  Una parte de mí quedó congelada allí, cómo un fantasma que vagaba por la casa sin sentido, la parte de mí que clamaba justicia, que exigía a la vida y al mundo unas migajas de felicidad.

    Lloraba a mi madre por las noches, y la echaba de menos, y me  juraba que nadie de mayor me haría daño, y que la encontraría cómo fuese. Todos decían que la dulce Ruth  era feliz, tan amable y servicial... nadie sabía lo de mi  volcán ,ése que  me quemaba por dentro. Luego llegaban a mí el recuerdo del tren alejándose, aquella expresión en su cara, cómo si fuera a decirme algo, y sentía un sudor frío, y cogía fuerte las mantas, y me tapaba con ellas la boca, y ahogaba mi llanto. Su perfume a lilas, su sonrisa cuándo coleccionábamos cromos, su jugoso refrito de tomate. Los días en la playa.
  Ella cosiendo en el prado, y mi hermano y yo jugando a la pelota. Ajenos a todo , cuándo la felicidad aún nos pertenecía. Hasta que el sueño me vencía,  las lágrimas mojaban las sábanas.


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