jueves, 1 de septiembre de 2016

" El encuentro"


  Todo en Ruth me resultaba inquietante y misterioso. La conocí una fría mañana de invierno, hacía ahora casi dos años ya. Los miércoles solía tomarme un descanso a media mañana, y me acercaba al mercadillo de Oak  Street dónde  encontraba la  inspiración para mi trabajo en el taller, así cómo piezas insólitas y únicas, para mi colección de antigüedades. Respiraba la mezcla de aromas, a lluvia, a crepés recién hechos, al chocolate caliente de los puestos callejeros, a madera noble... cuando reparé en ella.
  Era la autora de una completa exposición de pinturas al óleo, con un único tema: pies y manos de personas, no sus caras, no sus cuerpos, sólo manos y pies nos hablaban desde sus lienzos.

   Y luego,  algún elemento extraño, desazonador, cómo puesto ahí para decirnos algo... unas manos de  banquero ofreciéndonos un billete de color rojo y un cuervo detrás, unas piernas vestidas de seda, tacones largos de aguja... y un ovillo de lana gris... unascmanos toscas, de labrador,  sacando una calabaza de la tierra, con un despertador dentro de ella, asomando en color violeta... Yo no podía dejar escapar un talento así... Me atreví a invitarle a un café,   y a preguntarle en qué se inspiraba y qué nos quería decir. No tuve que insistir mucho, dejó su puesto al cuidado de su vecina de trabajo, y entramos en el bar que hacía esquina  y pidió un café wis con coñac y yo un chocolate y unas pastas para las dos.  Su respuesta fue tan enigmática cómo ella. Me explicó  que no tenía inspiración, que tomaba fotos de todo lo que le llamaba la atención, y que luego hacía composiciones atendiendo a los colores, a sus combinaciones y a su estado de ánimo.


  Llevaba una chaqueta de lana vieja, y unos pantalones de cuadros rojos con una botas de campesina.. La piel nívea, los labios rojísimos, la mirada distante.
 Me presenté cómo Lilith, la creadora de las vajillas de las que tanto se hablaban últimamente  en el condado de Jackson y  le detalle cómo las pintaba, y mis sueños de crear un taller escuela, y de asociarme y colaborar con otros artistas para exponer juntas. Al final, viendo lo poco expresiva de su cara, y sin saber a ciencia cierta si sabía algo de mí, o de mis tazas y platos, fui directa al grano y le propuse  trabajar para mí en el taller, un trabajo a techo vamos, con sueldo fijo a fin de mes y todo eso.


   Al principio dudó. Me confesó que vivía sola en la parte baja de la ciudad, y que no le llegaba muy bien para pagar el alquiler de la buhardilla. Frunció el ceño, y me dijo que no se podría atar  a nadie, ni domesticar, que ella era una artista, y que su arte era libre.
  Le sugerí hacer una prueba de un mes, a ver cómo trabajábamos juntas, el proyecto de lanzar una colección innovadora, , más para restaurantes de alto rango , y para la burguesía joven y adinerada,  deseosa de distinguirse por sus gustos...
 Me soltó que no trabajaría para nuevos  ricos que no sabían apreciar su arte y  que no trataría con el público, que no se ceñiría  a ningún guión ni encargo... y que odiaba a la burguesía... Me di cuenta rápidamente de que un espíritu libre y bohemio cómo ella, que vivía en la parte más vieja y cutre de la ciudad -  que también tenía su encanto  por supuesto - con sus calles empedradas y sus soportales con arcos medievales - no se ajustaría a  los patrones y clichés  de mis encargos, con clientes cursis y exquisitos. No quería perderla, un aire nuevo en mi taller... le ofrecí dinero.
- Hablemos de dinero... ¿cuánto crees justo que sea tu sueldo?
- No puedes ofrecerme un sueldo sin verme trabajar...
- He visto tus óleos... son impresionantes...
- Necesitaría un adelanto... por lo menos hasta fin de mes... para comer.
Si fuera otra chica, me parecería un descaro, pero en ella no. La miré fijamente, aquellos ojos rasgados, tan verdes, tan salvajes, cómo un mar a punto de desbordarse, tan frágil y tan fuerte a la vez... Le dije que sí, que no habría ningún problema. Alargó las  manos, y las estrechó con las mías, al tiempo que susurraba:
- Gracias, Lilith- Noté cómo sus frías manos temblaban. Todavía era  tiempo  de conocernos, de confiar la una en la otra, de descubrir nuestros talentos... Aquella mañana lluviosa aún estaba muy lejos de la traición. Cuánto daríamos a veces por volver el tiempo atrás y no hacer pactos a ciegas.



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